A veces lo intento. A veces lo consigo. Sentirme bien con lo que tengo. Dar gracias al universo por las grandes lecciones que enseña cada día... En esos preciosos y no muy frecuentes momentos sé que existir es una gran bendición, que nada que pueda llegar desde afuera de mí puede hacerme daño o hacerme feliz, tanto da.
Nada de eso puede llenar las zonas vacías de mi alma, la falta de sueños y esperanzas, aquellas cosas que solamente uno mismo está capacitado para encontrar respuesta.
Escapar de la verdad es tan sencillo. No hace falta salir huyendo. Lo no-acción es muy efectiva para cercenar la creatividad, la ambición y las ganas de vivir. Dejarse llevar por la pereza es, lamentablemente, un comportamiento al que cuesta muy poco acostumbrarse.
Nos atiborramos con sobredosis de estímulos, aletargamos el silencio interior, nos olvidamos de ese espacio donde realmente somos.... Su lugar lo ocupan múltiples voces, pensamientos, nada más que parásitos que nos llevan al caos y a la confusión continuos.
Es curioso además el fenómeno que suele darse. Acostumbrados a una cierta frecuencia de estímulos, cuando estos desaparecen buscamos desesperadamente algo que los reemplace. Por supuesto, no podemos vivir sin ruido en la cabeza.
Bajo esta circunstancia, no está de más el darse cuenta que los aparentes obstáculos y dificultades con los que nos encontramos no dejan de ser meras distracciones que no tiene la importancia que les solemos dar.
La verdadera condena de la existencia es que realmente somos aquello que queremos ser, sin excusas de ningún tipo.