Textos(III)

022

Por entre el dulce olor de la mañana desperté al nuevo día. Una sensación familiar me hizo sonreír. Otra vez tú. Los pajaros cantaban tu venida. Me tumbé sobre el césped con el corazón mirando a las estrellas y la espalda entregada a la tierra.
Vacié el cuerpo, el sagrado anfitrión, de huellas angustiosas del pasado. Pedí permiso para descansar. Me dormí.
Desperté de nuevo en medio de un no-sueño. Alegres palmas y música resonaban alrededor. La fiesta había comenzado. Me uní a ella corriendo, saltando, al compás de las flautas, de los tambores, de las trompetas. Olvidé mi venida al mundo.
No había un después. Ni cansancio. Solo. Un placer infinito por dejarse llevar, empapado en sudor, gritando y los demás también, una sola vez una sola voz. Me olvidé la piel en el suelo, lo que sobraba.
Llegó el silencio. No ordenes. No mandatos. Uno solo. Círculo de manos en círculos concéntricos. Sin final.
Dormí. Sonreí. El TÚ eras yo.

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